EL VATICANO (Enviado especial).- Es un lugar que hace temblar las piernas, que posee fuerzas indescifrables que dejan de rodillas a quienes lo contemplan, que es capaz de arrancar una catarata de lágrimas y que aclara el entendimiento con la violencia de la introspección profunda. El que pasa frente a la tumba de Juan Pablo II no sale inmune. Porque le estruja el espíritu. Es un altar sencillo (en comparación con la magnificencia del resto de la Basílica de San Pedro, dentro de la cual se encuentra) y está recubierto con mármol. Su única inscripción: "Beatus Ioannes Paulus PP II" (beato Juan Pablo II). Está entre la capilla de Santísimo Sacramento y La Piedad.
Justamente, una de las primeras obras de arte que observan quienes ingresan por primera vez al templo es La Piedad, de Miguel Angel (a la derecha de la puerta principal). Y produce un profundo contrapunto con el sitio en el que descansa el "Papa Viajero". Porque esta es quizás una de las zonas más ruidosas: los amontonamientos de visitantes que se producen frente a la escultura son importantes. Pero pocos metros a la izquierda, todo cambia.
Frente a la tumba de Juan Pablo II también hay una multitud. Pero silenciosa. Muchos oran de rodillas o sentados en los bancos que están frente al altar. Otros, lo hacen un poco más lejos. Por todos lados hay personas que lloran. Incluso, aquellos que no son creyentes también guardan silencio. Como si no quisiesen faltarle el respeto.